EL PRESENTE EN FEMENINO.


Los datos no son alentadores. Y ante ellos, lo que no puedo es sentir el optimismo. Sólo un 26´8% de mujeres ocupa puestos medios de dirección, y sólo hay un 11´7% de directivas. De los 502 consejeros de empresas del Ibex 35, sólo 54 son mujeres. Sigue a día de hoy, habiendo una diferencia de sueldos entre hombres y mujeres que según diferentes organismos ronda entre el 12 y el 17%. El obejtivo marcado para 2010 una tasa de empleo femenino que sobrepasase el 60%, en 2011 se cuenta que estamos en el 52´6%, mientras que el de los varones está en un 67´7%.



El consuelo es que vamos avanzando, aunque es más que evidente que la mochila con la que cargamoses pesada. Que accedemos a más esferas reduciendo considerablemente otros espacios y que si llegamos a más, no es porque tengamos que asumir menos; asumimos lo mismo, pero con una gestión del tiempo impecable, una creatividad creciente y un optimismo implacable. El tiempo es milimétricamente aprovechado, seccionado y amortizado. Claro que esto tiene su precio; agotamiento vital.

Me cabreo cada vez que se habla de conciliación laboral y profesional. La legislación que procura consolidar esa conciliación me parece corta, demagógica e irreal. Es una falsedad más con la que los políticos se llenan la boca. Sé exactamente qué cosas he tenido que dejar para poder estar al lado de quien necesita que esté.

La ley de dependencia me parece otra farsa más candente aún; que no te veas con un problema de dependencia, porque ese será para tí solita. Todo son palabras, leyes y conceptos que no tienen dimensión práctica. Las ayudas a las familias numerosas son irrisorias en relación al esfuerzo económico y emocional que supone sacar esa familia adelante; y quien trabaja para ello suele ser siempre ella. Da igual que esté casada, separada, divorciada o viuda. Siempre estará detrás ella, salvo contadas excepciones.
El respeto de las cuotas sólo me parece un embudo por el que se van a colar personas con una trayectoria y formación profesional inadecuada al puesto que ejercen. Personas  que no son las mejores cualificadas para la labor que se les encomienda, y que pudieran acceder a ese puesto por encima de quien está mejor preparado, y lo hacen por el simple hecho de que es una mujer. Leire Pajín  ha comentado alguna vez que no debemos dejarnos engañar. Que las mujeres no debemos permitir dejarnos ningunear por algunas trampas, entre ellas, la de pensar que si estamos en un puesto es porque hay una cuota establecida que han de ocupar necesariamente las mujeres (¡!) Precisamente ella, habla.

Le quisiera poder decir a la señora ministra que  es lamentable que por ser mujeres nos tengan que regalar un puesto sin la acreditación de la mejor capacidad curricular para ello. Aunque bueno, a ella le ha venido que ni pintado el asunto. Le quisiera explicar que esa obligación de las cuotas, ya nos coloca desde el principio en una desigualdad además de evidente, bochornosa. Que nunca, nuestra capacidad, nuestra formación y nuestro desarrollo curricular pueda pasar de largo si no es el adecuado. Que no debemos acceder a un puesto sin más miramiento ni competencia que la de nuestra condición de mujeres, y nunca desde luego, por encima de currículos, trayectorias profesionales y capacidades más competentes. ¿Sería eso vivir en la igualdad? No, no lo sería. No me gustan las cuotas. Tampoco me gusta que me regalen nada, ni me gustan los privilegios. Tampoco que me lo pongan más difícil, que es a lo que estamos más que acostumbradas. Lo único a lo que aspiro es al reonocimiento exacto que se merece mi valía; ni más ni menos. Aspiro y aspiraré siempre al reconocimiento justo de mis capacidades, y a la igualdad de género en cada premisa que se establezca en cuanto a mi posibilidad laboral como mujer.

Vivir en la igualdad sería poder acceder a la vida laboral en las mismas condiciones con las que lo hace un hombre. Poder abordar un horario laboral flexible que permita cimbrear sobre las diferentes etapas que conlleva sacar una familia adelante, ayudar a unos padres ya mayores, y que no se nos mire como un problema cada vez que paseamos con un lucido bombo (ese bebé portátil que un día no lo será). Poder acceder a las mismas oportunidades de formación, proyección laboral y condiciones económicas ante un puesto laboral. No digo ya lo que puede ser, o cómo te las puedes ver, si el día a día laboral se une a una familia que tiene como reto una  enfermedad seria o una limitación y dependencia crónica de alguno de sus componentes. El reto es de un calado ya tan hondo, que una simple respuesta institucional y legal no sirve, para nada sirve, si es que la hubiera. Y a día de hoy, no la hay. Y casi siempre, las cargas especiales las solucionan y gestionan ellas.

Nos  toca casi siempre elegir a nosotras. O estás para esas personas que quieres, o desarrollas íntegramente tu proyección profesional, aquello para lo que sabes has nacido y quieres hacer. Eliges. Y sabes que alguna de las dos facetas  se resentirá. La parte de olvido que se queda pendiente, a la espera, o simplemente sin realizar, siempre va a ser una mochila con la que habrás de cargar. El equilibrio es complejo, difícil y en ocasiones contadas logrado. No puedo más que reír ante algunas personas que, líderes de esa conciliación, hablan, hablan, y hablan... pero ellas no han educado a sus hijos. A sus cuatro o cinco hijos, para más inri. Sus hijos han estado con otras personas mientras ellas hablaban, así que por favor, menos frivolidad. Para míl la superwiman, es aquella mujer que sabe de sus limitaciones, y que las intenta solucionar de la manera más honesta y eficaz. Aquella que es conscientes de lo que elige, y que lo hace valientemente, y con la intención de resolver de la forma más adecuada sus limitaciones. Da igual qué opción salga más reforzada, sea esta la profesional o la familiar, sólo la valentía de elegir tiene ya mucho mérito. En general, estas mujeres no van de ideales, ni de competitivas ni de "geniales". Simplemente son y saben del riesgo que supone tomar una opción y luchar por ella sin sentirse ni mejor ni peor que la opción contraria.

La ayuda institucional bajo mi punto de vista no es el punto clave, aunque sí necesario, en todo este entramdo de la conciliación laboral y familiar. La clave es la cultura; todo ese contenido y entramado de valores que asiste a nuestra forma de mirar el mundo, ese entendimiento que nos hace elaborar una manera de afrontarlo. Ese mundo que atendemos las mujeres, esa esfera de la que normalmente se desentienden los hombres. Jamás he entendido que la familia sea un proyecto exclusivamente femenino; la apología de la maternidad como principal fuente de satisfacción, la educación que ve a la madre como eje familiar y se olvida del padre. Si hay algo más que evidente, es que una familia es siempre cosa de dos. Y por ello la clave fundamental no está en las cuotas, en querer ser una superwoman, ni en pensar que el equilibrio de tu familia depende sólo de tí. El equilibrio está en el ejercicio de conceptos que han de ser bien entendidos. El reto está en poder establecer la igualdad dentro del propio nucleo familiar. Evitar ese desentendimiento que los hombres practican ante las "cosas de casa", esa actitud tantas veces promovida por las propias mujeres para poder sentirse y hacer sentir que ellas son la sal y pimienta de toda familia. Lo único que pondrán en evidencia con ellos es que son personas vacías. La igualdad comienza en casa.

La clave esencial está en esos hombres que se dicen compañeros pero que se escaquean cuando la cosa se pone parda, también en esa sociedad económica que nos ve sólo como sujetos de producción y nunca como personas ante un derecho y obligación generacional. Las mujeres de hoy, con una edad comprendida entre los 40 y los 50 años somos la generación bisagra; esa que coordina, gestiona y genera el bienestar entre la generación anterior y la que será futura. Hoy las mujeres  llevamos todo el peso  del compromiso familiar y social además de nuestro necesario y posible ejercicio laboral a veces en una condiciones más que estresantes.

El punto álgido está en ellos; en su evolución como personas, como padres de familia, como co-gestores de una unidad familiar. Y a ustedes señores políticos, les corresponde hacer posible la mejor de las circunstancias de igualdad; regular los salarios desiguales en labores iguales, desarrollar proyectos par la ayuda social, lograr una infraestrucutra de guarderías y de centros para mayores asequible, pero no nos vengan con milongas del tipo "nosotras lo valemos" o que  "nadie nos ha regalado nada" (cuando si estoy quizá en un pueso relevante es por la obligación de cumplir cuotas). Eso sólo son gestos de prepotencia, nada más. Tiene que haber una proyección práctica de mayor evidencia, tanto en el aspecto económico, como en el  social y cultural. Nuestro Estado de Bienestar está demostrando a día de hoy no ser efectivo ante la más que constatable y horrorosa realidad de la violencia de género; 18 mujeres han muerto en lo que va de años a mano de sus parejas o ex parejas. Así que por favor, cuantas menos milongas mejor. Algunas noticias nos muestran que ser mujer en algunas circunstancias es aún mucho más trágico.

Pienso honestamente que el éxito real está en toda una revolución cultural y emocional,  en cada ciudadano, en cada núcleo familiar.  El éxito y la presencia de una mujer se notará siempre que un señor decida que su familia, también es cosa suya. Porque la verdadera revolución que se necesita es precisamente esa; la interna. Que la mayoría de padres decidan dejar parte del tiempo que dedican a las cosas que les gusta para dedicarlo a su familia. Si tu estás dentro, ella podrá estar fuera y desarrollar aquello para lo que también ha nacido. No hay otra. La clave está y reside, fundamentalmente, en ellos.

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