INFANCIA ROBADA.


"Una adulto, puede hacer prácticamente lo que le de le gana;
una padre, una madre, simplemente no".
Josefina Aldecoa.


Los niños siempre acaban siendo las inocentes víctimas de las deficiencias, egoísmos y equivocaciones de los adultos. Se quedan muy solos. Demasiado solos en el entresijo de reproches, enfrentamientos y errores de sus padres, que como pareja, ven que su tiempo se agota. El egoísmo de los adultos llega a tener límites inadmisibles e insospechados. Me pregunto si esos padres que se creen adultos, ante sus desatinos y afrentas mutuas, se han parado a mirar los ojos de sus hijos; si se han molestado en preguntarles cómo están, cómo se sienten y si hay algo que les esté doliendo especialmente. Los niños soportan mucho, sí, pero no aguantan todo, aunque se queden sin decir ni mu.

Si miraran directamente a los ojos a sus hijos, y analizaran o trataran de comprender las respuesta que los niños dan cuando se les atiende, se comerían de un golpe cada uno de sus reproches; los presentes, los pasados y los que estén por llegar. Ante el dolor y sufrimiento de sus hijos dejarían de  lado sus necesidades de revancha, el rencor y la rabia. No es fácil terminar una relación, la frustación y la incomprensión casi siempre van de la mano, pero hay seres inocentes que aunque no intervienen, también la sufren de lleno.

Si realmente se preocuparan por sus hijos, intentarían por todos los medios llegar a un acuerdo y se pondrían a trabajar porque a sus hijos no se les perdieran demasiadas cosas en el nuevo reto de vivir sin sus dos padres a la vez. Pero ocurre que bajo el dolor del fracaso somos egoístas, nos convertimos en esa especie de ratas rabiosas que no ven más allá de sus propias narices. Mientras, un hijo guarda la respiración, encoje su mirada, y decide alojarse en el silencio de su angustia; hay dos adultos, su padre y su madre, que que están dispuestos a llevar por delante todo lo que sea necesario con tal de herir, unos padres que no le ven. Y no hay queja. Miran asustados sin comprender, aguantan lo que les echen, sin hacer ruido. Quedará en sus ojos la mirada asustada, huidiza, y silenciosa que acabará asumiendo la incapacidad para la emoción, la no posibilidad para el aprendizaje de la generosidad y la autoestima necesaria para madurar. Se le estarán negando los pilares básicos para construir su vida.

Visitar uno de esos centros de encuentro es desolador, y sin embargo, das gracias porque esos niños puedan contar con un espacio para el encuentro con sus padres sin tener que tragarse las consecuencias directas del cara a cara entre ellos. Otro cantar, es lo que tengan que oír cuando están con uno o con otro; los niños tienen los sentidos alerta, y lo reciben todo, todo, aunque no medien las palabras. No me atrevo ya a imaginar qué siente el niño cuando es utilizado como mediador para la crítica y desprestigio del cónyuge contrario. Es lamentable la manipulación. Y ellos como siempre, siguen siendo ese testigo silencioso; alguien que sufre, observa y calla. El síndrome de alienación parental es una realidad a la que algunos niños de hijos separados se enfrentan, y constituye una forma más de violencia contra la infancia. Su precio siempre será demasiado alto, y siempre carga con ello un ser inocente. A veces, dejamos demasiado solos a los niños. Y uno no puede evitar preguntarsé el porqué unos padres pueden ser el origen del daño hacia sus hijos, si es lo que más quieren en esta vida. Uno no alcanza a entender, esa es la verdad. Es incomprensible.

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