EXPRESIÓN


Estos días he leído varios textos que exponían como tema la cultura japonesa. La preemninencia del interés social sobre el personal es una actitud que enseña a guardarse las cosas personales, todo aquello que nos afecta, por respeto al otro. En la cultura japonesa es primordial la discreción, la mesura, y la contención de toda actitud que increpe o incomode al otro. El respeto al otro es la expresión más elevada de su modo de ser.

He leído numerosos artículos sobre por qué los japoneses no lloran, por qué no expresan mediante el llanto o la palabra su dolor, su sufrimiento o su impotencia. Es cierto que su cultura emocional es la de la contención, la quietud, el orden. Pero es también es cierto, lo he podido observar en múltiples imágenes,  que su figura no es la de la indolencia, que ésta no tiene nada que ver con la contención; el pueblo japonés está sufriendo lo inimaginable, y que por encima de su contención está la expresión absoluta de su sufrimiento. El dolor se puede palpar, a pesar de ese silencio y la ausencia de estridencias. Su quietud es el estupor del sufrimiento extremo recogido en el silencio.

El sufrimiento ante circunstancias tan extremadamente adversas como las vividas en Japón es incontenible. No permanecen insensibles, válgame el cielo. La expresión de un sufrimiento tan atroz es universal, es imposible de eliminar en cada ser humano, aunque en algunas culturas su exposición esté rodeada de discreción y absoluto silencio. Reconozco que muchas de las cosas leídas me han llegado a poner de mal humor. Yo no soy nada contenida, esa es la verdad. En Japón estaría muy mal juzgada mi manera de ser, eso es así, pero no por ello, se le puede tildar a una expresión de insensible. Soy tan consciente de mi vehemencia, que se cuela por cada uno de mis poros, como lo soy de su dolor silencioso que se escurre irremediablemente por toda su presencia quieta.

La comunicación de los sentimientos es imposible de ausentar en determinadas circunstancias, sean éstas de adversidad o de gratitud. La trasnmisión de los sentimientos es inevitable, universal, aunque no lo sea el modo. Y es imposible no trasnmitir en circunstancias como las que ha vividio y está viviendo Japón. Unos lo haremos a través de la rabia y las lágrimas, otros mediante su silencio, contención y quietud. El sufrimiento tiene un millón de caras.

El dolor que puede transmitir una mirada puede ser interminable, por mucho que esa mirada no llore, no grite y no se crispe. Aunque el semblante de la persona que lo porta sea de absoluta quietud, todo el dolor del mundo se puede traslucir en su discreta silueta. Se cuela poderosamente a través de su silencio. Así lo he podido obsevar en los japoneses. La discreción nunca es muda, y menos, cuando quien la habita es el dolor tremendo de haber perdido todo.

En estos días, a pesar de las mil cosas que he tenido que resolver, no he olvidado el día a día al que está sujeto el pueblo japonés. No lo he podido olvidar porque algunas miradas se han quedado pegadas con puro lotite en mi retina. Como ya dije en otra entrada, no es necesario leer nada para intuir lo que viven, basta con observar algunas imágenes para saberlo. El silencio de muchas fotografías es muestra de ello. Aunque no se haya derramado ni una sola lágrima el dolor está ahí; es existencial, sin consuelo y rotundo. Un sufrimiento sin consuelo posible.

Sirva esta entrada como signo de admiración hacia un pueblo, por su modo de enseñarnos a aceptar las desgracias, su actitud, y su voluntad para reponerse a ellas con entereza.

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